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Cuando amaine la tormenta, cuando lluvia y fuego dejen en paz
otra vez la tierra, el mundo ya no será mundo, sino algo mejor.
-Subcomandante Insurgente Marcos

Chiapas es un estado al extremo sureste de la República Mexicana. Lo componen 7.5 millones de hectáreas pobladas por 3.5 millones de personas. Es un estado exhorbitantemente rico en recursos naturales. Recursos que son continuamente explotados para el beneficio de las fauces capitalistas. Sin embargo, cada día un mayor número de chiapanecos mueren de malnutrición, de explotación, de enfermedades curables. Mueren también masacrados, como en Acteal en 1997: hombres, niños, ancianos, mujeres... mujeres embarazadas... asesinados en una Iglesia mientras rezaban un 22 de diciembre; muertos a manos del ejército o de los paramilitares. Están además los que ingresan a la guerrilla; éstos también se mueren.

¿Quiénes no mueren? Los congresistas en la capital que aprueban leyes para consolidar el poder de los terratenientes; los partidos políticos que manipulan la opinión pública para ser reelectos en las elecciones siguientes; los ejecutivos de las multinacionales que roban a los chiapanecos de sus tierras, su aire, su agua, su alimento y sólo le dan a cambio hambre, analfabetismo y muerte; éstos, no mueren. Sus hijos estudian en colegios y universidades privadas mientras 72 de cada 100 niños chiapanecos no terminan el primer grado. Los señores poderosos viven en mansiones, mientras el 50% de los habitantes de Chiapas no poseen agua potable.

¿Por qué hablar de Chiapas? Porque su historia es importante. ¿Por qué hablar de Chiapas? Porque su historia es tan importante como todas las historias de los pueblos oprimidos. ¿Por qué hablar de Chiapas? Porque su historia, como la de todos los pueblos oprimidos, ha sido acallada, distorsionada, eliminada desde hace más de 5 siglos. ¿Por qué hablar de Chiapas? Porque esos 500 años de explotación les han enseñado a los chiapanecos mucho sobre sus opresores: que roban, que matan, pero sobre todo, que mienten. Por eso los habitantes de Chiapas no creen en los gobiernos y por eso, cuando en 1994 decidieron que era su turno para hablar, como nos los invitaron al micrófono, ellos tomaron por la fuerza la palabra.

Desde entonces, mucha lucha se ha hecho en la selva, pero aún más se ha librado al centro de la sociedad mexicana. Poca sería la trascendencia de un triunfo militar del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) sin que a la par se lograra un cambio, no sólo en México, sino en toda América Latina, en la visión de la sociedad civil sobre los indígenas. En búsqueda de ese cambio, los zapatistas marcharon en los meses de febrero y marzo hacia la capital mexicana. Les prometió el presidente una ley de derechos indígenas que el Congreso convirtió en una burla. “Que conste que por nosotros no quedó”, dice el Subcomandante Insurgente Marcos en un comunicado en el que el EZLN confirma lo previsible: tampoco en esta ocasión se lograrán reestablecer los diálogos de paz.

"¿Por qué hablar de unos «indiecitos mexicanos»?", se preguntará algún corto de vista. Hablar de los zapatistas es hablar de la lucha y de la esperanza de un pueblo que espera desde hace tantos siglos que le devuelvan su libertad, su paz, su cultura y sus tierras. Los chipanecos son portadores de una profecía que anuncia la llegada de un mundo nuevo. Ellos sólo piden no ser pisoteados; ellos proclaman que ha llegado el tiempo de reconocerles sus derechos. Y si el gobierno mexicano y las industrias extranjeras piensan lo contrario, habrá que seguir marchando hasta que les sea evidente.

-Rebeca Fromm Ayoroa
(8 de mayo de 2001)

 
     
   
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